En cierto modo, a los seres humanos nos atrae el orden.
Los escenarios de caos obligan a una permanente adaptación que consume recursos y más aún, ponen en riesgo las metas logradas. Aunque, si bien, la raza humana ha estado sometida a toda clase de avatares desde su aparición en la Tierra, no es menos cierto que los progresos más importantes se han alcanzado en etapas de relativa paz, determinada en parte, por la predictibilidad o periodicidad de los eventos. Es debido a esta necesidad de estabilidad inherente al individuo que toda incertidumbre se hace sinónimo de inseguridad.
Una sociedad sometida al relativismo del caos, donde las relaciones lógicas de causa y efecto se fracturan, pierde por tanto, la estabilidad que la lleva a su propio desarrollo y termina invirtiendo sus energías en la supervivencia, dejando de lado objetivos y aspiraciones individuales y colectivas que la llevan a su grandeza.
América Latina, con una realidad de inseguridad en crecimiento, genera tal nivel de incertidumbre, que resulta prácticamente imposible sostener un ritmo de desarrollo que nos conduzca a un futuro más promisorio.
En este aspecto, plantearnos metas de desarrollo sin resolver la incertidumbre producida por la inseguridad es, por decir lo menos, un contrasentido. A partir del 2020 con la llegada de la pandemia, los signos del caos y la fractura se incrementaron en todas partes y en todos los niveles. La pérdida de institucionalidad, el autoritarismo, la corrupción, la impunidad y la violencia, así como el deterioro de los espacios urbanos son muestras evidentes de la turbulencia azarosa en la que vivimos.
Sin embargo, hasta en escenarios de máxima conmoción, aparecen patrones que fijan ciertas reglas, y que, de alguna manera, hacen vivible la realidad. Para la seguridad resulta indispensable identificar y estudiar estas llamadas reglas de la incertidumbre, pues en ellas existen claves para abordar aspectos como la sostenibilidad de espacios de paz y orden en ambientes caóticos y la gestión de la adversidad en comunidades altamente impactadas por la pérdida de predictibilidad social.
En el primer caso me voy a referir al espacio urbano como factor de transformación y orden social.
Una tendencia que está cobrando cada vez más aliados en los procesos de prevención a través del diseño ambiental, la vemos en ciudades altamente congestionadas que en lugar de construir nuevas calles y autopistas, vienen adoptando políticas de desarrollo de espacios exclusivamente peatonales dotados de transporte público de alta calidad.
Lo que pareciera en principio una acción contra toda lógica, es realmente la humanización del espacio público. Frente al caos del tránsito se impone el ciudadano que se desplaza en medios alternativos por bulevares más seguros.
Otras ciudades han optado por la reducción del número de vehículos particulares que entran a sus perímetros, cobrando a estos tasas más altas de peaje e incrementando el costo por estacionamiento, mientras que las tarifas de transportes masivos se reducen o subsidian para estimular al ciudadano a utilizarlos. Replantearse la movilidad urbana como una variable más para reducir el caos y por ende la inseguridad.
El otro aspecto que vale la pena mencionar es la capacidad de que tienen las comunidades de aliarse en redes ante las dinámicas del caos.
En este sentido, la cohesión social es una nueva variable que viene a plantarse como respuesta a las amenazas que se amparan en la incertidumbre.
Una comunidad con fuertes vínculos sociales puede definirse como cohesionada y altamente capaz de manejarse con normas de interés común, de construir y preservar redes y lazos de confianza, habilitadas para reforzar la acción colectiva, sentar bases de reciprocidad en el trato y sobretodo, gestionar exitosamente la adversidad derivada del caos.
Estas comunidades socialmente cohesionadas y habilitadas para confrontar la adversidad se caracterizan por una situación global en la que sus ciudadanos comparten un sentido de pertenencia e inclusión, participan activamente en los asuntos públicos, reconocen y toleran las diferencias, gozan de una equidad relativa en el acceso a los bienes y servicios públicos y en cuanto a la distribución del ingreso y la riqueza.(OCO – URB-AL III, 2010 México).
Son espacios de certeza en medio de la incertidumbre los que hacen más vivible la realidad. La filosofía oriental ha dado una respuesta sencilla para internalizar las reglas de la incertidumbre; confrontarnos permanentemente con un entorno desordenado, que además no está en nuestro alcance transformar, nos desgasta y esclaviza.
Aprender a entenderlo y vivir a través del él nos producirá más seguridad y tranquilidad.
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